Félix Ruiz
por el Septiembre 15, 2022
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Por Félix Ruix, para corpoBLOG PRISMA 2021 en el marco de la 10.ª versión de PRISMA-Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá. Fotos: Eduard Serra.

Dos filas de jóvenes, vestidos con colores pasteles y otoñales, ingresaron al patio central del Ministerio de Relaciones Exteriores la tarde del domingo 10 de octubre, para así dar inicio a la 10 versión de PRISMA-Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, que vuelve con un formato mixto, tras un año de virtualidad obligatoria por la pandemia.

Justo antes de ingresar, sus coaches, Omar Román de Jesús, Carlos Sánchez Falú y Rafael Canals, de la compañía estadounidense Boca Tuya, les chocaban sus manos, dándoles ánimo ―casi como un ritual de traspaso de energía y talento— para enfrentarse al público nutrido que los esperaba puntualmente. Y no era para menos; este año, los doce jóvenes seleccionados para formar parte del PRISMA LAB JUVENIL tenían la siempre difícil tarea de abrir el telón de nuestra fiesta de la danza contemporánea.

 

Una semana de ensayo fue suficiente para que estos chicos, provenientes de diferentes fundaciones y programas sociales, nos dejaran el corazón atravesado por sus verdades hechas movimiento, desde los primeros minutos. Los intérpretes nos ofrecieron desplazamientos y rutinas sencillas, alejadas de los vicios de los que practican las técnicas de la danza; pero, definitivamente, cargadas de honestidad y pulcritud en sus secuencias.

Ellos contaban su historia, mientras que los observadores nos reponíamos del nudo en la garganta que nos producía el montaje en su inicio, con la guitarra lastimera y la interpretación de Chavela Vargas de la canción «Las simples cosas» como fondo.


Los jóvenes se estiraban, como si despertaran a la vida, desconociendo acaso lo difícil que puede ser vivirla. Pausaban esa ingenuidad y al reconocer la realidad iniciaban la carrera intrépida por ser libres. De pronto, la histeria y la energía se apoderaron de ellos, quienes, acompañados por el tema «Fiesta de locos» de Calle 13, nos permitían reconocer otro color y sabor de nuestros barrios, esa identidad —tal vez— que ovacionó el público reunido en el histórico edificio de la Cancillería.

La coreografía no solo estuvo caracterizada por una variedad de temas musicales, sino que las imágenes, los momentos y los símbolos se convertían en una crítica lanzada en muchas direcciones. Ese puente humano, sobre el que pasaba un joven tambaleante, nos confronta sobre la cuestión de una juventud que tiene que pasarse por encima, unos a otros, para avanzar; pero a su vez nos enseña que, sin más camino, la ayuda de muchos, o el sacrificio de tantos, puede ser la solución, la forma de construir algo.


Aquel arco humano que atravesaban los doce jóvenes nos invitaba a entrar a su realidad. ¿O era su deseo manifiesto de salir de ella? Vuelven a correr, y es importante destacar, en este sentido, que la manera de huir de sí mismos, con una cualidad de movimiento tan natural, es envidiable para muchos que se dedican al estudio y práctica de la danza contemporánea. Por esto tendríamos que aplaudir el trabajo de años que viene haciendo el equipo de Enlaces de la Fundación Espacio Creativo y Danzárea de la Fundación Gramo Danse, que no solo se han convertido en puente entre los estudiantes de los programas y el arte, sino que además les han dado un porqué.

 

En la pieza se reivindicó a las mujeres; se confrontaron algunos de sus miedos y pudo un dueto, en nombre de muchas, decirle ¡Basta! al opresor. Ese dúo femenino, en el que se figura que solo una mujer puede ser la sombra de otra, también nos indica que ellas deben sentirse cómodas consigo mismas, sin etiquetas sociales.
En los silencios de la puesta en escena, se escuchaba la melodía de las olas del mar que golpean los extramuros del Casco Antiguo. Y, entre una transición y otra, finalmente hemos podido entender que, pese a todo, estos jóvenes conservan la felicidad en sus corazones y el poder de «inventarse un final».

Publicado en: Danza
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